viernes, 8 de abril de 2011

Arquitectura Periférica





A mediados de febrero volví a recorrer los suaves y curvilíneos pasillos que José Antonio Coderch proyectó, a finales de los 70, para la ampliación de la Escuela de Arquitectura de Barcelona.
Un pensamiento me sobrevino entonces; 

“Estas paredes huelen a arquitectura”.

 A partir de ahí comencé un debate conmigo misma sobre la oportunidad o el valor que pueden aportar escuelas pequeñas y periféricas como la nuestra, donde es más que improbable que, ni con el paso del tiempo, generaciones de estudiantes y profesores lleguemos a impregnar un perfume tan intenso en los edificios que ocupemos. 

Ante esta certeza ¿Qué nos queda? ¿La resignación? Por supuesto que no, supongo que ninguno de nosotros se permite así mismo sentirse cómodo instalado en la mediocridad.

En realidad  existe más de un argumento para compensar la triste orfandad de fragancia a la que me sentí abocada. Debemos ser capaces de aportar distintivos propios y cualificados a estas universidades de extrarradio. Para empezar se me ocurre uno. Por contextualizarlo podríamos remitirnos a los escritos de J. L. Sampedro en los que, como una dimensión más del proceso de globalización, resalta la importancia del territorio. Me refiero, en el caso de la arquitectura, a la consideración de la condición de proximidad como una obvia ventaja en el análisis de su idiosincrasia. Desde estas escuelas podemos diseccionar nuestra particular realidad. Esto nos permitirá enriquecer la arquitectura con parámetros ligados al lugar y repercutir así en su aceptación social, en la optimización de los recursos consumidos por nuestros edificios y en la calidad de vida que nos ofrecen. 


Patricia Reus. Arquitecta y profesora de proyectos en la escuela de arquitectura de la UPCT

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