viernes, 8 de octubre de 2010

SOY ARQUITECTO....Andrés Cánovas

Soy arquitecto puesto que mi edad y mi cobardía me impiden ser otra cosa.
No empecé este negocio, y lo es porque me ofrece una manera de sobrevivir, por ninguna clase de vocación ni tan siquiera por una iluminación pasajera, estar al margen de la mística tiene estas cosas, sino por una inercia que me transportó desde una colección de adosados que construía mi astuto padre, hasta una ristra de aspirantes vocacionales que esperaban matrícula.
La espera no me defraudó. Conocí en ese goteo de miradas amables unos cuantos pares de ojos con intereses comunes. Ninguno de ellos permanecían inmóviles, ninguno entreabiertos. Todos registraban golosamente lo que el día les había propuesto; todos atrapaban lo que su cerebro se encargaba de procesar después; bien para almacenar en un olvido activo, bien para masticar y escupir otra nube de interés. No me interesó entonces lo que miraban, sino su manera un tanto lasciva de mirar.
Soy arquitecto, pero no me siento el arquitecto que me pidieron que fuera. Me interesan muy poco los otros arquitectos puesto que no comparto sus intereses profesionales y de mercado. Y hasta, si se me permite decirlo, siento un enorme desprecio por muchos de ellos; esos de cuya dejadez y falta de medida todos nos lamentamos. No sé si soy mejor, pero todos los días pretendo ser distinto.
Quizás si tuviese que elegir, sería profesor antes que arquitecto. La docencia tiene innumerables ventajas y de entre todas la que más me atrae, es la del ahorro en psiquiatras y “prozac”. Lo de enseñar es para mí trasmitir la energía suficiente para superar el desanimo cotidiano por una disciplina que muy pocos comprenden y menos apoyan: una materia de contenido aparentemente innecesario en los términos que debe ser enunciada. Pero nado en ese estanque turbio en el que lo innecesario, lo azaroso, lo incómodo…  se convierten en fundamentales para entender la existencia colectiva y por supuesto y señaladamente, la nuestra. Lo innecesario se desliza entre las dobleces de las obsesiones individuales.
 Es lo que sobra,  afirma “la Academia”.
Pero  habitualmente es lo que hace falta para ser unos arquitectos más libres y menos deudores del mercado y sus excrecencias.
Lo único que debéis saber es lo que no queréis hacer. Lo que de ninguna manera estáis dispuestos a permitir.
 En cuanto a la formación, todo está en los libros y en las obras reseñables; poco en los profesores en los que en contadas ocasiones encontraréis ánimo o deslumbramiento. La biblioteca, en cualquiera de sus versiones, y la calle deben ser vuestra guía y vuestra esperanza.
En último lugar, como es norma en los textos más pedantes e insufribles de los arquitectos metidos a críticos ocasionales, se debe terminar con una cita. Yo también citaré a uno de mis “filósofos” favoritos: John  Carlin, habitual columnista en las páginas de deportes de “El Pais”. Escribiendo sobre Messi, hablaba de la importancia que para el jugador tenía el fútbol puesto que era más que una simple vocación o incluso profesión, era verdaderamente importante ya que era un juego. Para mí, como para el argentino el  fútbol, la arquitectura es radicalmente importante puesto que es un juego que se disfruta muy seriamente.
 Y suerte porque el azar, como en el juego, todo lo roza y todo lo determina.
Andrés Cánovas
Otoño de 2010

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